Escala
Escala es una palabra que les gusta usar a los geógrafos, y la consideran frecuentemente identificatoria de la disciplina. Si existe sin duda aquí una extensión abusiva del significado, sin embargo, esto no quiere decir que relacionar diferentes niveles geográficos, analizar los paisajes de unos a otros y sus efectos recíprocos es una marcha necesaria para el geógrafo.
La escala es en principio un objeto formado por dos valores reunidos regularmente por barras para desplazarse en el sentido de la altura. Desde el siglo XVII se atribuyen sentidos figurados a este término. Una acepción esencial se refiere a la relación de reducción o de agrandamiento de una maqueta, un corte, un plano o una carta. Este uso metafórico se desprende de la escritura de esta relación bajo la forma de una línea graduada o escala gráfica. Pero esta relación se expresa igualmente bajo la forma de fracción: la escala numérica. Ahora bien, como una fracción es tanto más pequeña cuanto mayor es su denominador, ello implica que un mapa que representa grandes espacios sobre una superficie reducida está a pequeña escala. Este rigor matemático se opone al uso corriente de las indicaciones de tamaño (grande, mediana, pequeña) que conciernen a lo que está representado, como para las escalas de sonido (diatónica, cromática, armónica), de salarios, de valores, etc.
Detrás de esta querella de adjetivo, algo mezquina, se perfila una divergencia más grave. En el segundo sentido metafórico, no cartográfico, la imagen de la escala evoca una sucesión de niveles que tienen significado en relación con una problemática particular. En la imagen de un ejército organizado en unidades jerarquizadas, la organización escalar se compone de escalones pertinentes: algunos comprenden a otros más pequeños, y son ellos mismos eventualmente subconjuntos de niveles superiores. La escala es entonces discretizada; entre dos barras no hay nada. Inversamente, una relación de tamaño como la escala cartográfica no induce por sí misma a ninguna distinción de niveles pertinentes. Una cuestión esencial de la geografía es la de identificar los escalones pertinentes de su escala. Sería entonces riguroso no utilizar la fórmula cartográfica «a la escala de» para indicar las escalas geográficas juzgadas significativas, sino más bien decir, por ejemplo: «los niveles locales, regionales y mundiales son aquí los más pertinentes de esta escala geográfica».
La insistencia de la geografía en preferir una marcha especificada por el uso de la escala se desprende sin duda de la dificultad comprobada, en ciertos momentos de su historia, para mostrar claramente su originalidad, pero procede más aún de su lazo estrecho con la cartografía. La confusión entre los dos sentidos derivados es comprensible, pero puede volverse un inconveniente para lograr la identificación de los niveles geográficos pertinentes en un momento dado. No se puede, tampoco, considerar la reflexión escalar como una especificidad disciplinaria. Todas las ciencias, y las sociales en particular, son confrontadas a este análisis en términos de escalas y la confrontación de estas escalas sociales diferentes es un problema interesante. (¿Tal nivel económico pertinente corresponde, para una misma sociedad, a una escala sociológica o geográfica pertinente?)
En una misma escala, ¿las lógicas son homólogas en los diferentes niveles? Si tal es el caso, el problema principal se convierte tanto en la identificación del paso, en la desviación entre dos niveles, como en la comprensión de la lógica recurrente en cada uno de esos niveles. Es lo que formaliza la geometría fractal. Pero igualmente, a menudo en forma competitiva, se pueden distinguir niveles de naturalezas diferentes. Se puede, por ejemplo, reconocer un nivel superior englobando, poniendo en juego una lógica espacial, como mecanismos de polarización, y niveles inferiores resistentes, no por polos más pequeños, sino por identidades territoriales fuertes. Existen también oposiciones contemporáneas en la duración del nivel mundial. Muy frecuentemente, procesos reductores de las distancias, que favorecen la expansión de sistemas espaciales, entran en contradicción con las lógicas productoras de identidades de territorios. Estos dos tipos de procesos geográficos forman entonces parejas sistémicas donde los niveles se refuerzan mutuamente oponiéndose.
En efecto, las interrelaciones geográficas se dan sólo entre entidades del mismo nivel sobre lo que las separa, la frontera. Éstas se producen simultáneamente entre niveles. El juego de estos sistemas de relaciones es permanentemente dinámico, es incluso uno de los más potentes motores de la historicidad de las sociedades. Entre dos niveles, se oscila entre, por una parte, la ventaja del superior sobre el inferior, que puede ir hasta la desaparición de este último y, por otra parte, la ventaja del inferior sobre el superior, con el mismo punto límite de sistemólisis. Se puede, para describir estos conflictos escalares, hablar de trascendencia y de inmanencia, vocabulario algo teológico, pero que da cuenta de la relación constante y dinámica entre los niveles de una escala. En consecuencia, las contradicciones entre escalas geográficas son igualmente productoras de escalas históricas, de periodizaciones encajadas, que sólo tienen sentido localizadas, contextualizadas en situaciones geográficas, las cuales, a su turno, sólo poseen valor reubicadas en la temporalidad propia de los conjuntos sociales identificados…
Reflexionar acerca de la escala de las sociedades nos conduce mucho más allá de las cuestiones de representación, pero obliga a cortar el conjunto de lo social, en toda su extensión y su duración, en subconjuntos considerados científicamente como aislables. La geografía es una de estas problemáticas que permiten comprender la articulación de los niveles de las sociedades.