Vulnerabilidad
Noción compleja que pretende expresar la sensibilidad global de una sociedad dada a un riesgo (fenómeno irregular potencialmente peligroso) de una intensidad determinada, a la importancia potencial de los daños eventuales, a las capacidades de resistencia y de readaptación de la sociedad durante el «riesgo» y después de él. La vulnerabilidad es una componente del riesgo.
Los ingenieros, los ordenadores del territorio, los aseguradores se atienen a una concepción analítica y cuantitativa de la vulnerabilidad, definida como “el nivel de consecuencias previsibles de un fenómeno sobre circunstancias (hombres, bienes, medios)” (Guía general para la elaboración de los Planes de Prevención de los Riesgos naturales previsibles, Ministerio del Ordenamiento y del Medioambiente, 1997). Se trata de evaluar los daños sufridos por los hombres y sus bienes (las ”circunstancias”) si se produce un riesgo de una intensidad dada. La vulnerabilidad es física, material, corporal, y evaluable como tal.
La idea parece simple, pero la evaluación precisa, elemento por elemento (“analítica”) del valor de los bienes afectados es larga, difícil, teñida de subjetividad. ¿Cómo evaluar un monumento histórico? ¿Los daños a largo plazo? ¿Es necesario tomar en cuenta el valor de reconstrucción de lo idéntico, o agregar el costo de las medidas de protección contra un retorno del riesgo? ¿No haría falta incluir también los daños económicos (pérdida de rentas, pérdida de mercados), psicológicos, morales, sociales (desórdenes posteriores a una catástrofe, por ejemplo? ¿Cómo cuantificar todos esos elementos? Las sociedades de seguros han reclutado expertos, los cindinólogos (ver «cindínica» ) para precisar estos cálculos.
Pero para muchos sociólogos y geógrafos, principalmente anglosajones (cf. Fabiani, Theys, 1987; Alexander, 1993), el nivel de los daños no depende solamente de la intensidad del riesgo y del valor de los bienes considerados. Depende también de las medidas de protección tomadas contra el riesgo, de la calidad de los materiales utilizados, de la adaptación o no de los métodos de cultivo, de los medios de transporte, de los recursos financieros disponibles, de la información sobre las poblaciones, de sus tradiciones, de su organización, que les permite o no resistir al fenómeno peligroso, luego restablecer más o menos rápidamente posibilidades de producción y de intercambio de bienes y servicios, del grado de cobertura de los seguros.
En esta perspectiva más sintética y más social, la vulnerabilidad expresa entonces la sensibilidad global de una sociedad frente a un riesgo (o riesgos), en función de la intensidad y de la frecuencia del fenómeno en cuestión, del valor de los bienes y del número de personas potencialmente afectadas, de las capacidades de resistencia al fenómeno y del restablecimiento de las condiciones mínimas de funcionamiento de la sociedad (o capacidad de «resiliencia»). Aquí, la vulnerabilidad es social, global (implica el conjunto de la sociedad y de su funcionamiento); es difícil de cuantificar como tal.
Todos los trabajos sobre la vulnerabilidad de las sociedades, entendida en este sentido, confirman que las sociedades pobres son más vulnerables que las ricas, los grupos sociales desfavorecidos, poco escolarizados, poco informados (en particular los nuevos llegados), más vulnerables que los grupos sociales favorecidos, mejor formados e informados (D’Ercole, 1994). Las megápolis, que concentran numerosas construcciones, numerosos equipamientos, millones de personas de pocos recursos en espacios reducidos, en sitios algunas veces muy expuestos a los riesgos naturales (sismos, erupciones volcánicas, movimientos de terreno, tempestades) son particularmente vulnerables, como ciertos litorales urbanizados e industrializados (Japón central, por ejemplo).