Mundo
El Mundo es el más alto nivel de«escala» geográfica. Por este hecho, el Mundo es el espacio de la humanidad, es decir, el nivel geográfico que se refiere al mayor número de seres humanos. Se trata de un espacio de relaciones que se extiende en la actualidad al conjunto de la «ecumene». El Mundo aquí está escrito con mayúscula porque es un topónimo, solamente una de las acepciones de la palabra “mundo”. Frecuentemente empleado como sinónimo, el Mundo se diferencia de la «Tierra» que designa al planeta entero, o al soporte físico y continental sobre una de cuyas partes se despliegan las actividades humanas. El Mundo no ha existido siempre. Este objeto geográfico específico resulta del proceso llamado “mundialización”. Este término, de invención reciente (“Globalización” data de 1962 y “«mundialización»” de 1964 -Dagorn, 1999) señala una antigua tendencia de transformación de la ecumene en espacio-. Cuando “el intercambio generalizado entre las diferentes partes del planeta” se convirtió en evidencia, Olivier Dollfus pudo calificar de sistema-Mundo a este “espacio de transacción de la humanidad” (1990). De hecho, desde el Paleolítico, a fortiori desde el Neolítico, las interacciones entre sociedades no eran inexistentes de una punta a la otra de Eurasia, integrando igualmente una parte importante de África. Este “sistema-Antiguo-Mundo”, del cual una parte considerable de la humanidad era no obstante excluida, representa la matriz de las dinámicas ulteriores de mundialización, a la vez por profundización, densificación de los intercambios, toma en cuenta creciente de diversos tipos de personas, de actividades y de bienes, y por extensión, integración de Nuevos Mundos (sociedades americanas y oceánicas) y de lagunas del Mundo Antiguo. Los progresos de los medios de comunicación, por aumento de su rapidez, de su alcance, y por el descenso de su costo, son a la vez la causa y la consecuencia del aumento en potencia del intercambio generalizado. El Mundo no se reduce a un espacio de transacción económica, como conjuntamente militantes ultraliberales y antimundialistas querrían hacerlo crecer. Las dimensiones demográficas, culturales, sociales del Mundo no cesan de ampliarse, a tal punto que se ha vuelto posible hablar de “sociedad-Mundo” (Gemdev, 1999). Pero esta sociedad mundial permanece marcada por un déficit, el de la política, sometido a la tensión entre las lógicas internacionales y mundiales (Lévy, 1996). Toda suba en potencia de un nivel de escala geográfica vuelve a cuestionar la importancia de los otros escalones. En el sistema escalar geográfico, la induración del más alto nivel representa entonces un desafío para el nivel mayor preexistente, el de los Estados (Bertrand Badie, 1995). No solamente en términos de regulación de lo social y de legitimidad política, sino igualmente por el sentimiento frecuente de volver a cuestionar los fundamentos de la identidad del grupo social por la integración en el Mundo. Las resistencias, llamadas “soberanía” en Francia, intentan hacer perdurar una organización global bajo una forma internacional. En el conjunto, las organizaciones internacionales, en particular la pléyade de la ONU, merecen bien su calificativo. Esta tensión entre lo internacional y lo mundial es una de las características más fuertes del funcionamiento actual de la humanidad. Un aspecto ambiguo de este conflicto escalar entre resistencia de los sistemas interestatales y endurecimiento del Mundo se desprende de las asociaciones voluntarias de Estados con el fin de constituir conjuntos potentes –proceso generalmente calificado de “regionalización”, del cual la integración europea aparece como prototipo-. Los reagrupamientos en vías de constitución son niveles intermedios entre el Mundo y los Estados tradicionales, de donde ellos retoman una parte de los monopolios (la acuñación monetaria para Euroland). Ellos permiten simultáneamente reducir la influencia del nivel mundial, “tenerlo a distancia”, por políticas económicas y sociales, incluso no sólo tímidamente culturales, diplomáticas y militares, sino también acelerar la mundialización simplificando las negociaciones y acentuando el librecambio. La toma en mano de la Humanidad por sí misma dudará en consecuencia, en los años a venir, entre más de lo internacional entre grandes entidades (los Megaestados como la China y los agrupamientos regionales) y más de lo mundial que, éste, se acomoda mejor a un fraccionamiento en 200 entidades. Uno de los principales desafíos que debe afrontar la gestión del Mundo, cualesquiera sean las modalidades, se refiere a las relaciones entre el sistema-Mundo y sistema-Tierra. El planeta es un «sistema» complejo cuya fragilidad es justamente cuestionada por el crecimiento en número y en actividades de la Humanidad. El nivel mundial se encuentra entonces directamente involucrado por las cuestiones medioambientales que no respetan evidentemente los límites nacionales. Las dificultades de aplicación del protocolo de Kyoto dan testimonio de las resistencias de los Estados, así como el aumento de la potencia de las reivindicaciones y de los movimientos ambientalistas contribuye a una sociedad política mundial. En este marco ciertos lugares se vuelven simbólicos, así como Porto Alegre, «lugar alto» de la protesta de una cierta concepción del Mundo, la capital de Rio Grande do Sul, se ha convertido en un lugar político del mundo. El nivel mundial genera, en efecto, como todo sistema espacial, sus centralidades efectivas y simbólicas, retomando las herencias de las acumulaciones anteriores. En la cima de la jerarquía, literalmente en el centro del Mundo, se sitúan algunas “ciudades mundiales” (Saskia Sassen, 1996) interrelacionadas, el AMM (archipiélago megalopolitano mundial) de Olivier Dollfus. Los corazones de la Tríada, de las tres grandes concentraciones de hombres y de polos de decisión y de producción del Mundo, forman un rosario sobre el cual el sol no se acuesta jamás. La bolsa mundial, abierta continuamente de Tokio a Nueva Cork, pasando por Londres, es la manifestación más visible de un sistema de gestión y, cada vez más, de producción propiamente mundial que hace de este modo “las tres ocho”. Esta simultaneidad está lejos de abolir todas las distancias internas en el espacio, pero autoriza también a pensar el Mundo como un lugar. El Mundo contemporáneo, en efecto, es un espacio geográfico único que presenta una característica inédita: forma un anillo. Las antiguas configuraciones geográficas grandes, incluso las que se extienden a la casi totalidad de la superficie terrestre, como la zona de influencia europea de principios del siglo XX, tenían un centro mayor (Europa), márgenes y límites (el Pacífico, donde pasa todavía la línea de cambio de fecha). Por lo contrario, el Mundo actual se funda en una lógica policéntrica, dimensión geográfica de una actividad continua que autoriza las comunicaciones “en tiempo real”. Se puede, además, considerar que la mundialización se ha convertido en una característica evidente en los años 1980, es decir, en el momento en que los intercambios transpacíficos se pusieron en juego con el viejo eje trasatlántico, en el momento en que se cerró el anillo. El hecho de que el Mundo sea un espacio limitado, pero no amojonado vuelve compleja su representación cartográfica. El Mundo es entonces un espacio muy vano, un geón como otro, si no existe nivel superior del cual sería un subconjunto, y un espacio bien particular que cubre toda la Tierra. Por esto, es bien el «lugar» de la Humanidad.
Christian Grataloup