Percepción de los paisajes

El análisis de los mecanismos perceptivos generales del paisaje no es a priori de incumbencia de la geografía. Sin embargo, ésta no puede ignorar la componente perceptiva. La información paisajística emitida por el mundo que nos rodea no es tomada por un sistema perceptivo mecánico, indiferente a los datos que trata; participa en su estructuración, en tres escalas: de la especie, de la sociedad y del individuo. A la inversa, el producto de la actividad perceptiva retroactúa sobre la materialidad paisajística a través de acciones más o menos concientemente finalizadas… ¡y también con una parte de aleatoriedad! En un nivel más elevado de la cadena de tratamiento, aparece la producción de sentido por mecanismos puramente intelectuales y procesos afectivos, emocionales, incluso psicoanalíticos. Interesa subrayas aquí el papel que desempeñan las representaciones en la construcción de nuestra visión del mundo y en los valores que atribuimos a los paisajes. Estas representaciones constituyen la memoria de un grupo o de una civilización. Sedimentadas en el filo del tiempo, más o menos expandidas en el conjunto del cuerpo social, pueden olvidarse algunas veces, hasta pasar por naturales. Pero la sociedad de hoy también las produce, y somos tanto los actores como los instrumentos de ellas.
El proceso de artialización (cf. Alain Roger) muestra cómo la mirada paisajística es una construcción cultural, históricamente datable y explicable. El desarrollo, a partir del siglo XV en Europa, de un género pictórico paisajístico ha modelado nuestra mirada para darnos a ver el paisaje como una estructura de conjunto para uso de contemplación estética y no solamente como yuxtaposición de elementos visuales dispersos, de orden utilitario o sagrado. El arte pictórico vio entonces nacer un modelo paisajístico que debe mucho a los códigos culturales de la civilización occidental. Un escenario similar se desarrolló en China hace más de diez siglos y condujo, allí también, a un modelo paisajístico, ligeramente diferente del occidental.
El desarrollo de la práctica turística desde hace dos siglos hace surgir un proceso particular de percepción-producción de los paisajes. La función turística y, más allá, la de la recreación y del espectáculo, construyen y renuevan permanentemente un código de “paisaje bello”, instituyen categorías en el seno de las cuales se despliega un dispositivo de consagración y de señalamiento.
Entre otras cosas, se pueden distinguir varios géneros de paisajes ofrecidos a la percepción, directa o virtual, de nuestros contemporáneos: el paisaje-panorama se da majestuosamente a los amantes de la contemplación o a los turistas apurados; el paisaje-sitio es la encarnación de lo único, con un repertorio debidamente realizado por los guías, y que se viene a ver desde lejos por sí mismo; el paisaje-motivo corresponde a una realidad más genérica (paisajes toscano, provenzal, lapón, sahariano…) a veces sometido al simulacro o a la falsificación; el paisaje-peregrinación hace vibrar el recuerdo de un personaje célebre o de un héroe imaginario; finalmente, el paisaje-desafío es conquistado más que observado, es vivido por el cuerpo entero a través de un esfuerzo inicial.
Todos estos paisajes-espectáculos son fundamentalmente discontinuos (sitios puntuales jalonan un itinerario), jerarquizados (las estrellas de las guías turísticas), eventos (para ver, para hacer, para fotografiar). Atrapados por el sistema mediático, se convierten en atemporales: actualmente, los paisajes del valle de la Loue son remodelados, gracias a créditos europeos, ¡con el fin de que de nuevo se parezcan a los cuadros que hacía Courbet! Se pasa así de artialización in visu a la artialización in situ.
Ver también: paisaje según el laboratorio THEMA
Universidad de Besançon