Movilidad espacial
La movilidad espacial es una componente esencial de la organización de los espacios por las sociedades. Es objeto de numerosas definiciones que remiten a diferentes registros de observación y de conceptualización. En su acepción más frecuente, la movilidad es un desplazamiento, una transferencia, de un «lugar» a otro. Este desplazamiento puede involucrar personas, bienes materiales e inmateriales, informaciones. Su unidad de medida, dependiente de lo que transite, se evalúa por ejemplo en número de pasajeros y de turistas, en número de vehículos, en toneladas de mercaderías, en volumen de las remesas (dólares por ejemplo), de migrantes, o en baudios por segundo por el número de símbolos transmitidos por segundo por internet.
Movilidades de todas clases y naturalezas atraviesan y surcan los «territorios», en todas las escalas. Cubren cuatro facetas complementarias de nuestras sociedades contemporáneas. La sociedad móvil y de recreación se refiere por ejemplo a los vehículos de traslado de trabajadores de larga «distancia», al turismo en general, al turismo urbano o city-trips, o incluso a las migraciones internacionales. La sociedad del conocimiento y de la información permite aprovechar un conjunto de nuevas prácticas de comunicación y de investigación. Las asociaciones científicas que se crean entre establecimientos o entre individuos, así como las movilidades de estudiantes y de investigadores, proporcionan un buen ejemplo. La sociedad económica y financiera permite dar sentido a las movilidades de una sociedad terciaria mundializada. Se trata por ejemplo de flujos internos diversos que mantienen las grandes empresas multinacionales entre sus sedes sociales y sus filiales. Los intercambios de mercancías son también buenos reveladores de una sociedad económica regida por la especialización de los sistemas de producción y la división internacional del trabajo. La sociedad energética constituye la última faceta de nuestras sociedades. Su importancia no cesa de crecer con el aumento de poder del tema del cambio climático y de la rarefacción de los recursos energéticos. Éste involucra tanto a las redes de transporte de gas como al tráfico de hidrocarburos, como el petróleo.
Desde hace dos decenios, las evoluciones, actualmente muy rápidas, de los comportamientos de las movilidades, han conducido a un gran número de investigadores a interrogarse por la acepción frecuente de la movilidad como un desplazamiento real en el espacio, así como por las representaciones y los conceptos resultantes de ellas, que describen las relaciones de las poblaciones con los «territorios». En ese contexto, calificado de “mobility turn”, esta definición de la movilidad se considera demasiado restrictiva. La movilidad se convierte en una totalidad que abarca al movimiento mismo, todo lo que le precede, lo acompaña y lo prolonga (Kaufman 2002, Urry 2005, Kesselring 2006). De este modo, tiene en cuenta las estrategias de los actores y la virtualidad del movimiento. Cambia igualmente la persona que la practica. La idea según la cual los espacios y también las personas cambian de naturaleza volviéndose, ellas mismas, entidades en movimiento, se encuentra en un gran conjunto de trabajos (Lévy 1999). La movilidad espacial es por lo tanto más que un intersticio, que una conexión entre un punto de partida y uno de destino. Es una dimensión estructurante de la vida social (Kaufman, Bergman, Joy 2004). Esta acepción amplia de la movilidad traduce un cambio de significado: la movilidad se convierte en una metáfora para evocar toda otra forma de relación con la «distancia» y con el espacio (Cattan 2009). En este contexto, lo próximo y lo lejano, el aquí y el en otros lugares, no se oponen más en una categorización binaria del espacio. Se evocan situaciones entre dos, el inmigrante y el emigrante dan lugar el migrante, los orígenes y los destinos se fundan en espacios circulatorios. La movilidad se vuelve un estilo de vida que hibrida nuestras categorías espaciales y sociales.
Un número consecuente de nociones ha surgido para evocar la importancia de la realidad móvil. Es corriente, hoy en día, hablar de sociedades nómades (Knafou 1999) y de sociedades en redes (Castells 1996, Wittel 2001). La imagen del archipiélago da cuenta también de estas dinámicas espaciales móviles donde juegan plenamente los efectos de línea y de túnel. Nociones tales como “territorios circulatorios” (Tarrius 1994) expresan igualmente los efectos que las movilidades podrían tener sobre los territorios y las sociedades, y la liquidez y la fluidez se convierten en calificativos elegidos para evocar el impacto de las movilidades sobre nuestras sociedades (Bauman 2000).
Si bien todo el mundo está de acuerdo en que el espacio es« red», raros son sin embargo los trabajos que han integrado plenamente la realidad del intercambio y de la movilidad para comprender las transformaciones en curso. Por eso es necesario un cambio de perspectiva en nuestras concepciones de los territorios y su desarrollo. Sólo el desarrollo de una aproximación relacional de los territorios permitiría identificar las verdaderas problemáticas que los caracterizan. Una aproximación que considere a los territorios no en términos de zonificaciones y reparticiones, sino en términos de articulaciones e interdependencias. Una aproximación donde las construcciones territoriales no se piensan más en términos de extensiones y de límites, fundadas sobre lazos de proximidad tejidos en un espacio continuo, sino concebidas en términos de relaciones que se dibujan en la conectividad entre lugares distantes. Una aproximación donde los territorios se vuelven construcciones reticuladas, topológicas. En esta perspectiva, la imagen del rizoma de Gilles Deleuze (1980) considerado como un sistema descentrado y no jerárquico, sin memoria organizadora, únicamente definido por una circulación de estados, aclara bien estas ideas.