Constructivismo
El término constructivismo designa a una postura filosófica para la cual toda realidad sólo puede ser conocida a través de categorías previas. Nuestro mundo estaría siempre preconstruido por filtros, grillas de lectura, sistemas de representación o formas de actuar que configuran nuestra inscripción en su seno y nuestras interacciones con él.
El constructivismo se ha convertido desde hace dos decenios en una suerte de portaestandarte para numerosos practicantes de las ciencias sociales. En este sentido, alude a la vez al rechazo de una realidad social naturalizada en un estado de cosa inmutable –y desde un comienzo no revisable- por un discurso oficial (religioso, estatal, burgués, científico…) y a una voluntad de ruptura con epistemologías anteriores de las ciencias humanas (el funcionalismo y el estructuralismo, concebidos de un modo reduccionista como avatares del positivismo). Una vez deconstruidos los trabajos de algunos pensadores, los sistemas de categorización del pensamiento occidental (Michel Foucault, Jacques Derrida) desempeñaron un papel decisivo en la cristalización del constructivismo como postura epistemológica.
Desde varios puntos de vista, el constructivismo es una forma de antirrealismo. La idea de que no se puede en ningún caso acceder directamente a la realidad en sí misma es un punto común en todos los constructivismos actuales. Teniendo en cuenta esto, nos situamos en el sitio de tradiciones más o menos antiguas, que tienen por carácter compartido haber sido discretizadas durante largo tiempo. Se podrían mencionar la sofística y la famosa fórmula, atribuida a Protágoras, que pretende que “el hombre es la medida de todas las cosas”. Hoy releemos ésta como la afirmación de que no existe para el hombre un saber no humano, es decir, extraído de los sistemas antropológicos de representación, que sirven tanto para fabricar el conocimiento como para transmitirlo. En este sentido, el constructivismo es una forma heredada del nominalismo medieval: lo real es demasiado diverso, demasiado multidimensional, indeterminado, para que pudiésemos aprehenderlo como tal. Usamos discretizaciones, filtros, esquemas intelectuales, etc., para tallar en lo real un mundo vivible y a nuestra medida. La lengua que hablamos, ya sea vehicular o especializada, contribuye enormemente a este efecto de protección que hace del infinito caótico que nos rodea un mundo estable y sosegador. Pensadores tan diversos como Jean Piaget, Hilary Putnam, Thomas Kuhn o Nelson Goodman han contribuido a la reformulación de los argumentos nominalistas.
Otro argumento fue desarrollado por la tradición pragmática estadounidense (William James, John Dewey), que sugiere que una representación de la realidad toma su estabilidad de su eficacia en la acción: tener una teoría evolutiva de los obstáculos permite, al automovilista sobrio, sobrevivir en las rutas; considerar los suburbios en problema como ghettos en el marco de una política de contención policial funciona en tanto se llegue a estimular la idea de que los problemas y las poblaciones circunscritas no podrán propagarse… El pragmatismo abre la vía a un constructivismo epistemológico: una teoría científica es verdadera y funcional en la medida en que obtiene éxitos por las acciones que ella hace posibles sobre lo real, y estos logros operativos fundan su legitimidad. La física newtoniana ha sido considerada durante mucho tiempo como verdadera por su poder explicativo y por el número inmenso de aplicaciones técnicas que ha hecho posibles. T. Kuhn desarrolló la idea de que el éxito de un paradigma está en su capacidad para resolver enigmas (rompecabezas) que la comunidad científica plantea a propósito del mundo natural.
Más radical, y por consiguiente mucho menos frecuente, sería un constructivismo ontológico, que negaría la existencia de lo real en tanto que no lo hemos –al menos- imaginado. No obstante, a este nivel ontológico el nominalismo o el constructivismo son denunciados frecuentemente por algunos realistas como una forma de relativismo, es decir, un escepticismo radical en cuanto a nuestra capacidad de tomar lo real o de acceder a verdades, aunque sean éstas provisorias. Muy pocos pensadores han rechazado el relativismo (Richard Rorty, Peter Hacker), ya que el carácter autorrefutable de una forma simplista de esta doctrina es evidente: si no hay ninguna verdad, entonces la afirmación “no hay ninguna verdad” es en sí misma insostenible… En cambio, se han visto surgir desde los años 1970 diversas formas de antirrealismo que ponen el acento en los aspectos no racionales (por ejemplo, que no se apoyan en una verificación o una falsificación experimentales) de la producción del conocimiento: consenso colectivo para David Bloor y el “programa fuerte” de sociología de las ciencias, carácter contingente de ciertos descubrimientos científicos (que deben adecuarse a condiciones materiales anexas, pero determinantes) en el libro famoso de Andrew Pickering, Constructing Quarks [Construyendo Quarks](1986), etc.
La irrupción de explicaciones sociológicas o técnicas para evaluar el éxito de una big theory [gran teoría] científica ha generado una ruptura persistente entre científicos y filósofos “naturalistas” por un lado, y epistemólogos y sociólogos “constructivistas” por el otro. Éstos pueden expresar escepticismo en cuanto a la neutralidad ideológica de los trabajos científicos, particularmente en dominios como la medicina, la psiquiatría, y más aún las ciencias sociales. Insisten en el efecto normativo de las categorizaciones y su efecto de retorno sobre las poblaciones categorizadas. También Ian Hacking propone llamar “construccionismo” social en lugar de constructivismo a esta postura compleja. Ésta implica a la vez un replanteo de los efectos de autoridad en la producción científica, una postura sociológica en lugar de interaccionista (un acuerdo se estabiliza progresivamente por medio de discusiones en el seno de un sistema de actores -quienes no son todos sabios-), un nominalismo focalizado en la “construcción social” de los objetos de conocimiento, y un rechazo a pronunciarse sobre el valor de verdad y la estabilidad de los “descubrimientos”.
El constructivismo no es sustancialmente extranjero a la geografía: desde los años 1930-1940, geógrafos estadounidenses adoptaron una postura pragmática que se difundió en la disciplina con la explosión del planning (ordenamiento regional) y de la geografía teórica y cuantitativa (años 1950-1960). Para Edward Ullman, por ejemplo, el investigador es quien define una situación de encuesta sobre las interacciones espaciales, en función de objetivos cognitivos y operacionales que no se imponen intrínsecamente (cf. Ullman, 1980). Con la excepción notable de un Jean Gottmann, el pragmatismo estadounidense desalentó durante mucho tiempo a los geógrafos franceses, especialmente a los que se sentían involucrados en las posturas disciplinarias del ordenamiento (Pierre George, Jean Labasse).
En compensación, se verifica en Francia una sincronía entre la difusión de la geografía teórica y cuantitativa, la emergencia de una crítica del realismo de la geografía clásica y una nueva atracción hacia una geografía “útil”, es decir, susceptible de ayudar en la construcción de un mundo “tejido de regiones felices” (William Bunge). En efecto, los años 1970 fueron el escenario de problemas decisivos en la geografía hexagonal, en la cual uno de los puntos de inflexión fue el coloquio Géopoint de Lyon, en 1978, “Conceptos y constructos en la geografía contemporánea”. Si bien la elaboración de una crítica del realismo geográfico fue sobre todo obra de algunos autores (el principal, Claude Raffestin, pero también Jean-Bernard Racine y algunos otros), la emergencia de un constructivismo “positivo” fue un fenómeno común de amplio consenso, nutrido de lecturas filosóficas de las nuevas generaciones (Gastón Bachelard, Jean Piaget, Louis Althusser). Sin embargo, numerosos autores de la época se reivindicaban principalmente a partir del positivismo. (Se trataba de elaborar leyes del espacio) y del materialismo histórico.
En la práctica empírica, este constructivismo se alimentó de los problemas derivados del desarrollo de la estadística multivariada: en los años 1970, el tópico de la selección de los datos en función de una problemática de investigación se imponía de manera casi evidente. De un modo más amplio, para las generaciones nuevas, la idea de una inmersión en un “sujeto” o un terreno sin hipótesis explícitas ni proyecto de dilucidación les ha parecido cada vez más insostenible. Desde entonces, la exigencia problemática (Orain, 2003) ha ganado poco a poco el conjunto del campo disciplinario (grosso modo en una veintena de años). En más de un título, la tesis de Franck Auriac, “Sistema económico y espacio. Un ejemplo en Languedoc” (sostenida en 1979) aparece como el prototipo de un nuevo régimen de la investigación, que puede calificarse a posteriori como de constructivista. Más allá de este ejemplo, la mayoría de los autores que apelan a la teoría sistémica pudieron, siguiendo los pasos de Jean-Louis Le Moigne, valerse de un constructivismo operativo.
Paralelamente, la emergencia de una geografía antropocéntrica que se interesa en lo “vivido”, en las “representaciones”, en el “bienestar”, en la “justicia social”, bajo el ejido de autores extremadamente diversos, replantea igualmente la idea de que las “realidades objetivas” son accesibles (o simplemente interesan) a la geografía. La geografía de las representaciones (Armand Frémont, Antoine Bailly) no fue superada en la crítica de la idea de realidades geográficas dadas. Pero un estilo constructivista propio de este movimiento se precisa menos en la abundancia de corrientes de los años 1980 que en el advenimiento global de una geografía de los territorios durante los años 1990. Entonces se difunden, en la geografía francesa, temáticas típicas (juego de actores, construcción social de los territorios, debate sobre las representaciones urbanas, etc.). Diversas corrientes, frecuentemente asociadas a los constructivismos actuales, tales como el interaccionismo, la etnometodología, la sociología de la traducción, etc., tienen influencia sobre los geógrafos del territorio. Esto explica por qué en este movimiento se expresa de la forma más vigorosa algo así como un “construccionismo geográfico”.
¿Se puede finalmente hablar de una vuelta de la comunidad de los geógrafos del realismo al constructivismo? Hay sin duda más bien coexistencia que sustitución, y una gama de posicionamientos muy diversos, implícitos la mayor parte del tiempo. Y esto no solamente vale para Francia, ya que nos hemos acostumbrado a ocuparnos sólo de las vanguardias entre las geografías anglosajonas.