El territorio según Guy Di Méo
-¿Qué es el territorio?
Proponemos aquí una definición provisoria del término. Tiene en cuenta las lecciones aprendidas de nuestras primeras constataciones sobre la naturaleza del espacio geográfico, considerado en sus diferentes facetas, desde el espacio producido al espacio vivido. Plantea algunas hipótesis más generales que intentaremos verificar más adelante. Con respecto a las lecciones que pueden extraerse de este primer capítulo, conservaremos dos elementos constitutivos principales del concepto territorial: su componente espacio social y su componente “espacio vivido”.
Hemos visto que el espacio social califica los lugares de la biosfera tejidos por el entrelazamiento de las relaciones sociales y espaciales. Por lo tanto, se trata de identificar una nueva fibra, a la vez espacial de lo social, y social de lo espacial, descifrada mediante un enfoque que objetiva las relaciones debidamente registradas y analizadas por el investigador, geógrafo o antropólogo.
El concepto de espacio vivido expresa, por el contrario, la relación existencial, necesariamente subjetiva, que el individuo socializado (por lo tanto informado e influenciado por la esfera social) establece con la Tierra. Está imbuido de valores culturales que reflejan, para cada individuo, la pertenencia a un grupo localizado. Su conocimiento pasa por escuchar a los actores, por tener en cuenta sus prácticas, sus representaciones y sus imaginarios espaciales. Sobre la base de la realidad sociocultural, el territorio es testigo de una apropiación a la vez económica, ideológica y política (por lo tanto social) del espacio por parte de grupos que se dan una representación particular de sí mismos, de su historia, de su singularidad. […]
Dicho esto, el concepto de territorio, que reúne las dos nociones de espacio social y espacio vivido, también agrega, en nuestra opinión, cuatro significados adicionales que presentamos por el momento como hipótesis de trabajo:
-1. Describe, basándose en datos (espaciales) de la geografía, la inserción de cada sujeto en un grupo, incluso en varios grupos sociales de referencia. Al final de esos recorridos, al término de esos itinerarios personales, se construye la pertenencia, la identidad colectiva. Esta experiencia concreta del espacio social condiciona también nuestra relación con los otros, nuestra alteridad. Ella le da cobertura mediática.
-2. El territorio traduce un modo de clasificación y control del espacio que garantiza la especificidad y la permanencia, la reproducción de los grupos humanos que lo ocupan. Es su dimensión política. Ella ilustra la naturaleza intencional, el carácter voluntario de su creación.
-3. Ordenado por las sociedades que han invertido sucesivamente en él, constituye, en tercer lugar, un notable campo simbólico. Algunos de sus elementos, establecidos como valores patrimoniales, contribuyen a fundamentar o a fortalecer el sentimiento de identidad colectiva de los hombres que lo ocupan. Como lo destacaba Maurice Halbwachs, dado que el territorio pertenece al orden de las representaciones sociales, se manifiesta “en formas materiales, a menudo de naturaleza simbólica o emblemática” (M. Halbwachs, 1938).
La “territorialidad” simbólica reviste una importancia social incluso mayor si se admite, siempre según Halbwachs, que “todo sucede como si el pensamiento de un grupo no pudiera nacer, sobrevivir, y volverse consciente de sí mismo sin apoyarse en ciertas formas visibles del espacio”. Sobre tales bases simbólicas, el territorio identitario se convierte en una poderosa herramienta de movilización social. A este respecto, Denis Retaillé se pregunta si el territorio, por su doble función política y simbólica, por los efectos de solidaridad que genera, ¿no es al fin de cuentas “una forma espacial de la sociedad que permite reducir las distancias en el interior y establecer una distancia infinita con el exterior, más allá de las fronteras?” (D. Retaillé, 1997).
-4. La importancia del tiempo largo, de la historia en materia de construcción simbólica de los territorios, retiene la atención de la mayor parte de los autores. Muy representativo de este punto de vista, Michel Marié cree que “el espacio tiene necesidad del espesor del tiempo, de repeticiones silenciosas, de maduraciones lentas, del trabajo del imaginario social y de la norma para existir como territorio” (M. Marié, 1982).
Definido así en su acepción más amplia y global, el territorio multidimensional forma parte de tres órdenes distintos. En primer lugar, se inscribe en el orden de la materialidad, de la realidad concreta de esta Tierra, de donde procede el término. Como tal, conviene considerar la realidad geográfica del mundo, la manera en que la biosfera registra la acción humana y se transforma por sus efectos. En segundo lugar, concierne a la psiquis individual. En este plano, la territorialidad se identifica en parte con una relación a priori, emocional y presocial entre el Hombre y la Tierra. Participa, en tercer lugar, del orden de las representaciones colectivas, sociales y culturales. Ellas le confieren todo su sentido y, a cambio, se regeneran en contacto con el universo simbólico, para el que proporcionan su base referencial.
Agreguemos que el territorio, por su naturaleza multiescalar, está referido a diferentes “escalas” del espacio geográfico: desde el campo de la localidad al área del Estado-nación, o hasta la de las entidades plurinacionales. Lejos de cerrarse, como su homólogo político, el territorio de la geografía permanece absolutamente abierto, listo para abrazar todas las combinaciones espaciales que tejen las colectividades humanas en los límites de la extensión terrestre, como en los de la experiencia individual.
Guy Di Méo.
Extraído de Géographie sociale et territoires [Geografía social y territorios], 1998, (Ediciones Nathan)
Ver también:territorio, territorio segun Maryvonne LeBerre