El decrecimiento urbano designa un proceso conjunto de descenso demográfico y debilitamiento económico que afecta de modo estructural a dos elementos constitutivos de la ciudad –la densidad de población y las funciones económicas-, generando importantes efectos sociales (Martínez-Fernández, Audirac, Fol, Cunningham-Sabot 2012)-. Por oposición al crecimiento urbano, la noción de decrecimiento urbano subraya las pérdidas conjuntas de población, empleos y riqueza, que se reflejan en un abandono del espacio (baldíos, vacíos), pero no necesariamente en una contracción urbana desde sus márgenes. Además, la noción de decrecimiento hace menos hincapié en la irreversibilidad del proceso que la noción de declive urbano, algunas veces empleada como sinónimo.
El decrecimiento urbano es una noción importada del mundo anglosajón y germánico. Corresponde a la traducción del inglés urban shrinkage (referida a la expresión corrientemente utilizada de Shrinking Cities [ciudades en contracción]) y del alemán Stadtschrumpfung [contracción urbana], de la cual intenta restituir tanto la idea de disminución como la de contracción (Florentin, Fol, y Roth 2009). Estos dos términos surgieron a fines de la década de 1970 en Estados Unidos, y en la década de 1980 en Alemania, para designar los procesos en marcha en las grandes ciudades industriales del Medio Oeste estadounidense o del Ruhr. En la década de 2000 se extendieron en todo el mundo, particularmente en Europa, para referirse a las dinámicas regresivas que caracterizan hoy en día a ciudades de todos los tamaños y de especializaciones económicas diversas, y ya no se limitan más a caracterizar un fenómeno antiguo restringido a ciertas ciudades de cuencas hulleras de la década de 1960. A un fenómeno nuevo, extendido y complejo, corresponde lógicamente un vocablo nuevo (Cunningham-Sabot 2012, Pallagst K., Wiechmann T., Martinez-Fernandez C., 2014).
El éxito del concepto se explica por el (re)descubrimiento de la no universalidad de los procesos de crecimiento urbano, y por el desafío que plantea a los planificadores el decrecimiento en el seno de un modelo cultural dominado por el paradigma del crecimiento.
Los estudios sobre el decrecimiento urbano se desarrollaron a partir de campos de investigación diferentes según los países. En Estados Unidos, los trabajos sobre el decrecimiento urbano (o declive urbano) se han centrado en el análisis de los efectos conjuntos de la desindustrialización y la suburbanización. En la década de 1970, la crisis del modelo fordista fue particularmente aguda en las ciudades cuyo crecimiento se basaba en la industria a gran escala. A medida que esas ciudades pierden sus industrias y una parte de las nuevas actividades terciarias se desarrolla en el
suburbio, el proceso de suburbanización, que se acentúa en esa época, las vacía de una gran parte de su población blanca y próspera. Este proceso de declive urbano (Beauregard, 2003) afectó particularmente a las grandes ciudades del Norte y Este de Estados Unidos. Algunas siguen todavía en una situación crítica (Detroit, Flint, Youngstown, etc.), acentuada por la crisis de las hipotecas de alto riesgo de 2008. En Alemania, la temática de la contracción urbana conoció un desarrollo espectacular a partir de la constatación, a comienzos de la década de 2000, del hundimiento demográfico de las ciudades de la ex RDA (Roth, 2011). Este “choque demográfico” se atribuyó tanto a la emigración masiva de la población más joven y más calificada hacia el Oeste, como a los efectos conjuntos de las reestructuraciones económicas y de la “segunda transición demográfica” (Oswalt 2006).
En Japón, el decrecimiento urbano se aborda a partir del tema del envejecimiento. Si bien la cuestión del cambio demográfico se trata desde hace mucho tiempo en la investigación japonesa, sus efectos sobre el crecimiento urbano sólo recientemente han sido objeto de trabajos en el campo de la geografía y los estudios urbanos. De hecho, los efectos espaciales del envejecimiento se sintieron primero en las zonas rurales y en las antiguas ciudades industriales y mineras, antes de afectar gradualmente a las pequeñas ciudades, y después, hoy en día, a los suburbios lejanos de las metrópolis, cuyos centros permanecen aún poco impactados por el decrecimiento urbano (Buhnik 2010).
En geografía, uno de los principales desafíos científicos reside en la medición del decrecimiento urbano, en su definición espacial y temporal y en la elección de sus indicadores. La apreciación de la amplitud, de la intensidad y algunas veces de la realidad misma del decrecimiento urbano varía mucho según el intervalo de tiempo considerado y según el perímetro y la escala de observación. Así, los indicadores pueden sugerir un decrecimiento en un período corto de tiempo sin que éste se demuestre en un largo período –o inversamente-. Del mismo modo, el centro de una ciudad puede estar reduciéndose a medida que sus alrededores periurbanos se enriquecen y ganan población –o viceversa-. La importancia de la definición espacio-temporal, así como la elección de los indicadores, no es sólo formal. Su falta de tratamiento inicial en los primeros estudios condujo a considerar como “ciudades en decrecimiento” a espacios en situaciones muy diferentes (desde un
barrio de una
metrópoli en crecimiento hasta las ciudades en declive en una región en declive), cuyos desafíos en términos de desarrollo territorial son tan variados que se pone en tela de juicio la coherencia científica del concepto de decrecimiento.
El decrecimiento urbano no puede considerarse de modo aislado. A través de diferentes aproximaciones, se analiza en sus relaciones con otras “entidades”. Es parte de la evolución de los sistemas de ciudades, en que los efectos de tamaño y especialización son desfavorables para la base de la jerarquía urbana (Paulus, Pumain, 2000). Por lo tanto, se refiere al debate sobre la acentuación de las desigualdades espaciales en el contexto de la globalización (Fol y Cunningham-Sabot 2010). También se analiza a través de su inscripción en un sistema de relaciones de dependencia y de poder, de suerte que, en Alemania, el debate académico de los últimos años se centra en la pertinencia científica de la noción de decrecimiento, con respecto a la cual las corrientes constructivistas prefieren el concepto más relacional de “periferización” (Bernt y Liebmann 2013).
Por último, los debates científicos tratan las políticas urbanas de las ciudades en decrecimiento. Una de las principales críticas de estas políticas se centra en el atractivo y la competitividad de las ciudades (Rousseau, 2010; Miot, 2012). De hecho, la mayor parte de las estrategias locales apuntan a atraer inversiones, pero también a nuevos tipos de población (como las “clases creativas”, de Florida), mediante políticas más o menos publicadas de
gentrificación. Otro debate, muy presente en ciudades afectadas por desastres como Detroit, se refiere a la asignación de escasos recursos financieros en el contexto de políticas de regeneración: ¿hay que intervenir en todas partes, o hay que concentrar las intervenciones en algunos barrios susceptibles de responder mejor a las inversiones, a riesgo de dejar a los otros abandonados? En estos dos tipos de debate está en juego el destino de los habitantes más desfavorecidos de las ciudades en decrecimiento, dimensión impensada a menudo en las políticas de regeneración.
Emmanuèle Cunningham-Sabot
Hélène Roth
Sylvie Fol
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