Montaña

Los intentos para dar una definición general y universal de la montaña, o se pierden en la imprecisión (masa que se eleva por encima de las tierras circundantes), o se enfrentan con múltiples excepciones (altas mesetas, vulcanismo insular), cuando éstos hacen intervenir de manera separada la pendiente y la altitud.

Las definiciones de tipo administrativo insisten en los umbrales (más de 700 metros de altura media comunal y pendiente superior a 20% para la ley «montaña» francesa de 1985), así como en las desventajas potenciales de estos espacios frente a la reducción de la estación vegetativa y a la mecanización de la agricultura (fondos estructurales europeos). Hay explícitamente, por consiguiente, reconocimiento de una situación penalizante de las condiciones locales de desarrollo de estos espacios, que justifica medidas compensadoras.

Además de estas definiciones normativas, los autores que anteponen el marco físico para aprehender la montaña insisten sobre la pendiente y el desnivel como figuras centrales del medio montañoso. La especificidad montañosa residiría en la amplificación de los fenómenos ligados a la gravedad (erosión, deslizamientos de terreno, avalanchas), mientras que el cruce de los factores altitudinales y biogeográficos introduce límites (árboles, nieves persistentes, hábitat permanente) y un escalonamiento variables en función de la latitud y de la exposición. El conjunto de estos factores produce en montaña más que en otra parte una compartimentación, «nichos ecológicos» y superposiciones variadas de ecosistemas. Esta variabilidad de los medios, estos contrastes, y numerosos casos de endemias biológicas conducen a ver en las montañas conservatorios de la biodiversidad del planeta.

Según el modelo de la tectónica de placas, las condiciones que participaron en la formación de las montañas permiten distinguir varios tipos de conjuntos orográficos. Se clasifican las cadenas de montañas en cadenas pericontinentales resultantes de mecanismos de subducción (cordillera de los Andes, macizos de los archipiélagos asiáticos) y caracterizadas por una potente actividad volcánica; en cadenas aún en levantamiento, que corresponden a la colisión de dos placas continentales y al cierre de un océano (Alpes, Himalaya); y finalmente en cadenas intracontinentales (Pirineos, Cáucaso) fragmentadas por movimientos de compresión y de deslizamiento en el interior de un continente.

Los macizos antiguos no son «montañas viejas», sino porciones del zócalo sobreelevadas y transformadas en el interior de los continentes. En el caso de los Vosgos, la Selva Negra y el Macizo Central Francés, movimientos recientes han provocado su fragmentación.

La naturaleza del sustrato rocoso y la huella de los modelos fluviales y glaciares inducen a una mayor o menor penetrabilidad y una desigual aptitud para la circulación (ancho y encajonamiento de los valles, altura de los pasos). Pero, un enclave en relación con las circulaciones y con los flujos legales en ciertos macizos puede, además, corresponder a posibilidades de contrabando o de cultivos de plantas estupefacientes. Al contrastar con la representación construida en torno a la idea de santuario, pero al corresponder a situaciones de aislamiento, las montañas en tanto que símbolos de las fronteras naturales, son también el escenario de enfrentamientos de guerrillas y de reivindicaciones territoriales para minorías nacionales (idea de montaña-refugio). Estas situaciones refuerzan la idea de que ellas constituyen, en numerosas latitudes, espacios marginales.

Si ampliamos la dimensión simbólica, otras aproximaciones (B. Debarbieux) insisten en el hecho de que más allá de los caracteres objetivos, la utilización de los espacios montañosos da lugar a representaciones colectivas. Cualesquiera sean las épocas y los continentes, las poblaciones han proyectado sobre las cumbres su cosmología, o más frecuentemente todo un imaginario síquico, social o espiritual. Ya se trate de mitos higienistas (salud, regeneración, protección) o prometeos (ordenamiento, conquista, desafío deportivo), las cimas, al situarse en las márgenes de la ecumene han fascinado siempre a las poblaciones bajo el doble aspecto de la atracción y la repulsión.

Como sistemas espaciales originales, las montañas funcionan en el marco de interacciones evolutivas entre geosistemas y formas de valoración y de densidad humana de una gran diversidad. Los usos de las diferentes porciones de los espacios montañosos corresponden más a arbitrajes de las comunidades humanas entre capacidades sociotécnicas, riesgos y potencialidades locales que a «vocaciones» culturales o pastoriles atemporales.

 

Bibliografía:
Número especial de la Revue de Géographie alpine: Quelle spécificité montagnarde?, en: tomo 67, 1989.
B. Debarbieux y M.C. Robic, 2001, Les Géographes inventent les Alpes, Nº especial RGA.
R. Knafou, 1994, Les Alpes, P.U.F, coll QSJ.
G.Rougerie, 1990, Les montagnes dans la biosphère, A. Colin, coll U.
Publicaciones del CERAMAC, Universidad de Clermont Ferrand.