Naturalidad
En francés, el término “naturalidad” posee una ambigüedad semántica. Según el diccionario Littré, la naturalidad corresponde al “estado natural o espontáneo, en relación con el estado civilizado o reflexivo”. Esta definición dicotómica (respecto del Hombre) y antinómica (con relación a lo artificial) se acerca al concepto norteamericano de wilderness [desierto], es decir, de una naturaleza supuestamente virgen (prístina) y situada más allá de un frente pionero habitado por la especie humana (Cronon, 2009). La transposición de esta noción en Europa, en la historia humana mucho más antigua, explica tal vez el escaso interés –incluso el rechazo- que la noción de naturalidad ha suscitado en Francia durante largo tiempo. Esto es particularmente embarazoso entre los geógrafos, que no hablan casi nunca de “naturalidad” y acompañan sistemáticamente los calificativos “naturales” usándolos con comillas.
Como todos los términos cuyo sufijo es “idad”, la naturalidad debe ser comprendida como la cualidad –y no el estado- de un espacio que se puede evaluar a lo largo de un continuum desde los espacios más antropizados a los que lo son menos. Se distinguen tres facetas complementarias de naturalidad (Guetté et al., 2018): (i) la integridad biofísica que mide el grado de alejamiento de un medio a un estado de referencia supuestamente virgen (sin transformación humana); (ii) la espontaneidad de los procesos, es decir, la libre evolución de las dinámicas naturales (sin intervención humana); (iii) las continuidades espaciotemporales que se relacionan con el grado de antigüedad (continuidad temporal) y de conectividad (continuidad espacial) de los medios (sin interrupción humana).
– Cartografiar la naturalidad
El reconocimiento de la crisis de la biodiversidad y el surgimiento de la biología de la conservación en los años 1980 (Soulé y Wilcox, 1980) han resaltado la necesidad de identificar los últimos espacios no antropizados. En ese contexto, la cartografía de la naturalidad ha recibido una atención particular.
Gracias a la aparición de los sistemas de información geográfica (SIG), se realizaron numerosos trabajos cartográficos para medir la amplitud y la extensión de las presiones antrópicas sobre los espacios naturales. Por sustracción de los espacios antropizados ( antropización ) algunos trabajos han propuesto mapas de los últimos espacios de “naturaleza salvaje” a escala global (por ejemplo Sanderson et al., 2002; Mittermeier et al., 2003). En las escalas más pequeñas, se propusieron numerosas metodologías con una gran diversidad de indicadores y de aproximaciones cartográficas. Por ejemplo, Carver et al. (2012, 2013) desarrollaron un método de cuantificación basado en una lista de indicadores de presiones humanas que se acumulan para producir una nota de naturalidad. Otra aproximación propuesta por Guetté et al. (2018) consiste en confrontar las tres grandes facetas de la naturalidad presentadas más arriba para obtener categorías de naturalidad de paisajes.
Los trabajos de cartografía de la naturalidad aportan una mirada y útiles nuevos para seguir y comprender las trayectorias y los procesos de antropización y de renaturalización. Ellos pueden movilizarse no sólo para seguir la evolución global de la influencia de la especie humana sobre la Tierra (Venter et al., 2016), sino también para identificar las zonas más protegidas en las escalas espaciales más pequeñas, como la que fue hecha para el parque nacional del Valle de la Muerte en Estados Unidos (Carver et al., 2013).
-Naturalidad y conservación de la naturaleza
Hay consenso en la necesidad de preservar la naturalidad comprendida como dos continuidades sociotemporales: la fragmentación de los medios está identificada por la comunidad científica como la primera causa de crisis de la biodiversidad (Diamond, 1984; Godet & Devictor, 2018), y se recomienda la puesta en marcha de corredores ecológicos (tramas verdes y azules) en todo el mundo.
Hay que notar más bien las oposiciones entre los partidarios de una naturalidad biofísica por una parte, y los de una naturalidad de los procesos por la otra. Para los primeros, la problemática es conservar una naturaleza “virgen” o al menos desprovista al máximo de huellas humanas, y por lo tanto (re)encontrar un estado de referencia antes de la llegada del Hombre. Con este espíritu han aparecido los movimientos de “reconstrucción” (rewilding) primero en Estados Unidos (Foreman, 2004; Donlan et al., 2005) para restaurar una flora del Pleistoceno, antes de la llegada del hombre, luego en Europa, principalmente con el nacimiento de la ONG “Rewilding Europe” (denominada primero “Wild Europe Field Programme” [Programa de campo de Europa salvaje]), que tiene como objetivo restaurar vastas áreas silvestres protegiendo o reintroduciendo grandes depredadores y herbívoros. Por el contrario, para los partidarios de una naturalidad en proceso, es necesario –al menos en parte- aceptar que vivimos en un mundo antropizado, el mundo “post-wild” de Marris (2011) donde el carácter virgen de la naturaleza no es más que una visión del espíritu e incluso una construcción social en el caso del wilderness. La naturalidad que hay que promover es la de la espontaneidad de los procesos: es necesario dejar hacer a la naturaleza que puede recuperar sus derechos, incluso allí donde el Hombre ha vivido y ha modificado los paisajes. La naturaleza a promover es una naturaleza denominada “salvaje” (Génot et Schnitzler, 2012; Monbiot, 2013), que vuelve a un estado salvaje después de haber estado entre las manos del Hombre: el páramo es el mejor ejemplo.
Laurent Godet y Adrien Guetté
Ver también: renaturalización