Norte

El norte se evoca más frecuentemente en singular. No obstante, el término abarca varias realidades y representaciones. Es a la vez un punto, una dirección, espacios y territorios, una construcción científica y un fantasma geográfico. Punto cardinal, objeto en sí mismo, es también una construcción cultural: no es lo mismo para dos sociedades dadas. En Europa, alude a un imaginario donde el frío y la noche se conjugan para crear un medio no hospitalario, en las márgenes de la ecumene.
El norte es un punto. De hecho, dos puntos: uno es astronómico, el otro es magnético. Desde el punto de vista astronómico, el Norte es una de las dos extremidades del eje de la Tierra; el otro es el Sur. Denominados también «polos geográficos», este polo norte y este polo sur son dos puntos que giran sobre el eje imaginario que las une. Desde el punto de vista magnético, el norte es uno de estos dos puntos (el otro es el polo magnético sur) de intersección entre el dipolo magnético terrestre con la superficie. Pero contrariamente a los precedentes, no son fijos y se desplazan constantemente, quedando situados en las altas latitudes. En razón de su proximidad con el polo norte geográfico, el polo norte magnético sirvió durante siglos para orientar a los viajeros «sabios», aquellos que utilizaban instrumentos elaborados para desplazarse antes que colocarse en la simple orientación: los marinos principalmente. Desde la invención de la brújula hasta la del GPS [geoposicionador satelital], este norte ha suplantado al norte geográfico (o astronómico) como primer punto de orientación.
En las prácticas relativas a la orientación, el norte es más una dirección que un punto que se trataría de alcanzar, o de evitar. En esta perspectiva, la distinción entre norte magnético y norte geográfico tiene poca importancia. Esta dirección es la que indica la aguja imantada de la brújula, o la estrella polar en los cielos del hemisferio norte. Porque indica un punto a la vez fijo -su localización no cambia con las estaciones- y donde convergen todas las líneas astronómicas que han permitido construir una representación sabia de la Tierra, ella adquirió desde la Antigüedad un estatuto particular. Es la dirección referente por excelencia, a partir de la cual se pueden deducir todas las otras. La expresión francesa «perder el norte» [también castellana] es bastante expresiva. Debería decirse lo mismo del sur para el hemisferio sur. Sin embargo, esta dirección no tiene la fuerza de referencia que tiene su opuesto. Esto se debe principalmente al hecho de que las tres grandes civilizaciones, que habían desarrollado un sistema de representación sabio del mundo sobre la base de observaciones astronómicas (griego, árabe y chino), están situadas todas en el hemisferio norte. Visto desde ese lado del Ecuador, el sur es una dirección donde el espacio se extiende, se amplía, y no una dirección donde el espacio se concentra para volverse sólo un punto.
Punto, dirección, el norte es también un espacio, o más bien varios. Existen los nortes de proximidad y el «Gran Norte». Los nortes de proximidad son esos nortes percibidos como relativos, simplemente situados al norte de otro punto o de otro espacio. Típicamente, son las partes norte de los Estados: Italia del Norte, Francia del Norte, Alemania del Norte, etc. En Francia, el «Gran Norte», expresión que no tiene su equivalente en inglés [ni en español], señala en revancha un norte percibido como absoluto, y cuyos contornos pueden trazarse según criterios «objetivos». En esta perspectiva el geógrafo franco-canadiense Luis Edmundo Hamelin (1976) creó una serie de diez «valores polares» (VAPO) para medir la norticidad de diversos puntos situados al norte del paralelo de 50º. Cada VAPO está dotado de una escala de puntos del 1 al 10, y la suma de los puntos de los diez VAPO se reparte en categorías correspondientes a índices de norticidad. Seis «valores polares» miden fenómenos naturales (duración de la noche, mediana de temperaturas, etc.), mientras que los otros cuatro miden la ocupación humana (actividades económicas, población, accesibilidad). El sistema insiste en la relatividad de la norticidad. El índice puede cambiar en el curso del tiempo y los contornos de «Pre-«, «Medio», «Gran» y «Extremo» Norte no siguen las líneas paralelas a las latitudes: se puede estar en el Medio Norte a 70º de latitud N y en el Gran Norte a 65º.
Ya sea relativo o absoluto, el norte no es jamás un espacio indiferente. Está cargado de valores. En Europa son a menudo positivos, a veces algo condescendientes. El norte de proximidad está asociado a la idea de trabajo y de seriedad, de competencia, de disciplina, pero también a la idea de poblaciones calurosas, hospitalarias y sobre todo, solidarias. Allí uno se ríe menos que con los del «Sur», pero se relaciona primero. La vida es dura allí, lo cual explica la resistencia física de los habitantes. El Gran Norte mismo es el lugar de los extremos: frío extremo, noche extrema, precariedad extrema de la vida, extrema resistencia física de los habitantes que viven en un despojo extremo, pero que dan pruebas de una ingeniosidad extrema y de fuerza de ánimo, y viven en una movilidad extrema que sólo se compara con la de los «Grandes» nómades del Sahara. Extremidad del mundo, bien entendido. Esta avalancha de extremos hace del Gran Norte el espacio del desafío por excelencia para los aventureros: en otro tiempo exploradores, hoy deportistas de todo tipo.
Punto, dirección, espacio, ¿ el norte es un territorio? Los nortes de proximidad lo son, sin ninguna duda. En varios países europeos, constituyen del mismo modo territorios identitarios fuertes para sus habitantes, y bien identificados por sus vecinos. Ya sea que se piense, en Francia, en nuestro norte de las minas y las usinas, de hablar «shiíta», de las ferias del norte y la cerveza, y del invencible bastión socialista. El Gran Norte, en contrapartida, aparece como un antiterritorio, un espacio abierto, desierto, poco o nada apropiado. Esta representación sirve al designio de potencias exógenas. Ha legitimado las tomas de posesión de los espacios «descubiertos» por los exploradores, desde el siglo XVI al XX, alimenta hoy las «expediciones» de los héroes de aventuras. Sin embargo, el Gran Norte es también y ante todo una multitud de territorios para los pueblos que lo habitan y cuya diversidad, la identidad misma, se borra bajo el nombre en singular. Todos los pueblos autóctonos circumpolares reivindican en la actualidad el reconocimiento de su tierra como territorio, identitario, pero también político. Los Inuits son los más avanzados en este combate (en Groenlandia, en Estados Unidos y en Canadá) y son un modelo de referencia para los otros.
La dificultad de estos reconocimientos se debe a las reticencias de los Estados tutelares, pero también y más fundamentalmente al fantasma geográfico que constituye el Gran Norte, el cual se confunde con este punto fijo, esta referencia absoluta para los hombres de nuestro hemisferio. Como el Oriente, existe una función bien precisa en las representaciones geográficas de Occidente. El Gran Norte se atribuye a la inmovilidad y a las condiciones extremas. No puede estar constituido, como en otros lugares, por territorios vividos; sus habitantes no pueden ser cotidianamente héroes de una supervivencia. Si en el imaginario de los occidentales, el Oriente representa el «En otra parte», el Norte se identifica con la victoria del Hombre sobre la Naturaleza, aunque sea hostil. Cuando está asociado al sur, en las múltiples expresiones que caracterizan a las relaciones internacionales, la dimensión repulsiva se transforma entonces en principio dominador, en una visión binaria del funcionamliento de la globalización.

Béatrice Collignon

 

Referencia bibliográfica:
-Hamelin Louis-Edmond, 1976, Nordicité Canadienne, Ville LaSalle, Ediciones Hurtubise HMH, col. “Cahiers du Québec”.