Producción del paisaje

El paisaje es un signo, la apariencia visible de los efectos de sistemas de fuerzas en acción. En cada punto del espacio geográfico se encuentran combinaciones muy variadas de objetos que son los productos de estas fuerzas. Estos objetos, diversamente dispuestos unos en relación con otros, se ofrecen en imágenes para la percepción de eventuales espectadores.
El sistema, productor de los objetos y en consecuencia de las imágenes, puede descomponerse en tres subsistemas en función del origen de las fuerzas que se ejercen sobre él. La caja abiótica agrupa a todas las fuerzas que actúan en el aire, en el agua, sobre y en la tierra , que crean las pendientes y las llanuras, los lagos y las playas, el cielo azul y las nubes, etc.: son estudiadas por la geomorfología, la climatología, la hidrología.
La caja antrópica (antropización ) reúne a las técnicas puestas a punto por las sociedades humanas en el transcurso de la historia; utilizan toda suerte de fuentes de energía para producir casas humildes y ciudades, senderos y autopistas, molinos de agua y diques, etc.; todos los objetos bien (¿demasiado?) visibles en los paisajes: la lista de las disciplinas que pueden hacer comprender cómo funcionan es muy larga, desde el urbanismo y la sociología a los estudios financieros y técnicos.
La última caja es la biológica (o biótica); las dinámicas biológicas, con episodios variados en sus historias, han dispuesto aquí bosques y allá tundras o landas cuyo aspecto y límites fluctúan: las bacterias del suelo, los rebaños de ñus o los bancos de sardinas de los cuales también dependen. Las biologías animales y vegetales, la ecología, se dedican a comprenderlos. Por comodidad, para la clasificación de los objetos producidos, agregamos los campos de cereales, las viñas, los rebaños de ovejas… todo lo que depende evidentemente de las fuerzas biológicas, pero cuya presencia se debe primero a la iniciativa de los hombres; la agronomía, la economía, la etnología, entre otras, nos informan sobre este tema.
Es evidente que estos tres subsistemas mantienen interrelaciones profundas. La caja biótica es el ejemplo más característico de esto. El crecimiento de las plantas depende del sol, del aprovisionamiento de agua y del capital genético de cada especie, pero para vastas zonas, está también ligado a la decisión de plantar ésta antes que otra, y está sometido a la selección de determinadas técnicas culturales. Es entonces imposible afirmar que una combinación de objetos y los paisajes que ésta ofrece son naturales o artificiales: uno sólo puede esforzarse por apreciar el grado de artificialización que ellos presentan. Esto se complica aún cuando se considera que la acción de los hombres puede corresponder a una simple introducción de especies vegetales o animales que tienen luego una dinámica espontánea o, más frecuentemente, un cultivo o un pastoreo regular. Estas observaciones se aplican también a construcciones diversas y a sus relaciones con los relieves, a la acción de las aguas terrestres o marinas o a los fenómenos climáticos. Es necesario, finalmente, tener en cuenta la variedad de escalas espacio-temporales puestas en juego: ciclos clorofílicos en formaciones de estructuras geológicas, campos lentamente construidos con la explosión urbana, etc., el orden de amplitud de los fenómenos es infinitamente variado. Todo esto crea inercias, desfases, herencias que intervienen en la localización de combinaciones espacializadas de objetos. Una última observación se impone: las fuerzas en acción en la caja abiótica y las dinámicas biológicas no tienen finalidad ni intenciones. No ocurre lo mismo con las acciones de los hombres, que son el fruto de decisiones susceptibles de anulación y de ser retomadas y que pueden estar influidas por representaciones, entre las cuales está la del paisaje: el productor es entonces también el que percibe; a la inversa, es verdad que la percepción depende de los funcionamientos productivos y del estado de los objetos producidos.

Ver también: «paisaje según el laboratorio Thema»
Universidad de Besançon