Capital espacial
La expresión capital espacial aparece por primera vez en la geografía francófona bajo la pluma de Jacques Lévy a finales de la década de 1980. Cuando se incluyó, en 2003, en el Dictionnaire de la géographie et de l’espace des sociétés, dirigido por el propio Lévy y Michel Lussault, en realidad se utilizaba muy poco en la disciplina. Pero lo cierto es que los usos de esta expresión parecen multiplicarse desde finales de los años 2000, tanto en la geografía francófona como en la anglófona, cuando varios autores presentan sus propuestas como invenciones personales sin referencia a usos preexistentes. Estas invenciones paralelas son tal vez un indicio de que diferentes factores comunes se combinan para incitar a los geógrafos a hacer este tipo de propuestas léxicas. Entre esos factores se encuentra, sin duda, el deseo de ciertos geógrafos de proponer conceptos originales y propios de su disciplina, así como la tendencia, para alcanzar este objetivo, a producir nuevas expresiones añadiendo el adjetivo espacial (o territorial) a nociones tomadas de otras ciencias sociales (actor, práctica, dispositivo, organización, sistema, desigualdad, etc.). Y en este caso, está claro que la sociología de Pierre Bourdieu desempeña un papel importante: justamente en sus textos se encuentra la propuesta de rechazar la noción de capital (los capitales según Pierre Bourdieu), tomada de Marx y más en general de la economía, para identificar nuevas especies. Bourdieu conceptualiza en particular lo que denomina capital cultural, capital social y capital simbólico, así como numerosas subespecies que son todas especificaciones relativas al universo social (los campos o espacios sociales, señala Bourdieu), donde tienen valor y, por tanto, eficacia como arma y apuesta en las relaciones de competencia y dominación. Dicho esto, en el caso del capital espacial, parece muy difícil determinar el contenido conceptual que sea, si no coherente con la tipología de Bourdieu, al menos claro y heurístico. La noción es polisémica y a menudo incierta, al pasar de un texto (o incluso de un pasaje) a otro del mismo autor, lo cual califica a esta nota como muy difícil de redactar.
- ¿Cuáles son los principales significados de esta nueva expresión?
Los primeros textos del primer y principal promotor de la expresión en lengua francesa no incluyen una definición. En L’espace légitime (1994), extraído de una tesis de Estado que reúne sus reflexiones, J. Lévy habla de “capital espacial de residencia” y “capital espacial de hábitat” (expresiones que parecen sinónimas), así como de “capital espacial urbano”, pero sin definirlos. Sólo existen dos tipologías diferentes -cuyas relaciones no se explican-, que parecen intentar distinguir algunas de las ventajas potenciales para los habitantes, en cuanto a su alojamiento y/o su localización, y al hacerlo, algunos de los factores intervienen en la decisión de mudarse –aludiendo algunas veces a la cuestión de la movilidad-. Lévy parece proponer hacer del capital espacial un tipo no reductible a las cuatro especies propuestas por Bourdieu, integrándolo al mismo tiempo en varias series de capitales que no corresponden a la conceptualización “bourdeusiana”, sino a las disciplinas de las ciencias sociales: en el argumento parece ser que cada disciplina debería tener su propio capital, y viceversa. Estas diversas expresiones, tipologías y series de capitales no se retomarán más adelante, o no realmente, y están ausentes en la reseña dada por el propio Lévy en el Diccionario que codirige, donde se propone esta vez una definición muy amplia del capital espacial: “Conjunto de recursos acumulados por un actor que le permite beneficiarse, según su estrategia, del uso de la dimensión espacial de la sociedad” (Lévy, 2003, p. 124). Y precisa luego que la expresión designa a la vez “un patrimonio de lugares, territorios, redes ‘apropiados’ de una forma u otra, y una habilidad para gestionarlos o para ‘adquirir’ otros” (2003, p. 125). En L’Homme spatial, Michel Lussault -que sin embargo codirigió el Diccionario- retoma la noción, pero con una definición diferente y más restringida, ya que designa: “el conjunto interiorizado de los modos de relación (intelectuales [sic] y prácticas) de un individuo con el espacio-recurso”, sus “competencias prácticas” que le permiten “hacer con” el espacio y sus disposiciones (Lussault, 2007, p. 187). Al mismo tiempo, en un artículo en el que presenta no obstante las conclusiones de una tesis dirigida por M. Lussault, Laurent Cailly propone incluso otra definición (así como una nueva tipología): “el conjunto de recursos espaciales materiales (hábitat, movilidad), inmateriales (telecomunicaciones) e ideales (el bagaje de competencias, apetencias e imaginarios espaciales) que el individuo debe necesariamente movilizar en su vida cotidiana para proseguir sus acciones, desarrollar estrategias y acceder a otros bienes sociales (capital económico, cultural o social)”. (Cailly, 2007, p. 170, cursiva del autor). Cabe señalar que Cailly vincula esta propuesta a las declinaciones de Bourdieu y que se trata explícitamente de conceptualizar un nuevo tipo de capital.
Este vínculo se encuentra con más frecuencia en la literatura anglosajona, donde los usos del concepto y las propuestas de definición comienzan a multiplicarse al mismo tiempo, casi sin referencia a las propuestas francófonas. Es el caso de Ryan Centner (2008), la primera referencia encontrada, que señala ciertas condiciones para justificar este léxico, así como la importancia de vincular la noción con las de campos y habitus, otros dos de los conceptos más importantes de Bourdieu. Pero si bien primero parece definir la noción como una forma de capital simbólico, movilizada en ámbitos “donde el espacio material está en juego”, él amplía su propuesta en la definición que expone un poco más adelante: “El capital espacial es, por lo tanto, la capacidad de mercantilizar el espacio, el poder de ocupar un lugar, en el sentido más literal, y de producir un espacio. Por supuesto, es un tipo de poder social desigualmente distribuido y muy codiciado” (Centner, 2008, p. 197). En un libro donde se propone presentar el lugar del espacio en Bourdieu, el filósofo Nikolas Foggle también utiliza la expresión, que presenta como de su propia autoría y que define de un modo muy diferente, como “toda especie de capital objetivado en el espacio físico, que es en principio intercambiable por otras especies y que constituye un recurso escaso en una sociedad” (Foggle, 2011, p. 99). Algunos, como Patrick Rérat y Loreta Lees (2011), luego Xing Huang, Yongchun Yang y Yuting Liu (2018), proponen aún otro tipo de contenido, al seguir explícitamente los pasos de Vincent Kaufmann y sus colegas sobre la “motilidad” (Kaufmann et al., 2004), término que conceptualiza la capacidad de desplazamiento considerada también como constitutiva de un nuevo tipo de capital –pero que Kaufmann no parece sin embargo calificar como “espacial”-. Podrían citarse aquí otros ejemplos y otras tantas variantes. Como señala Alan Mace, “el término capital espacial, derivado de la teoría de Bourdieu, ha recibido múltiples significados y podría revestirse de muchos más” (2017, p. 120). También señala que, en esos diversos trabajos anglófonos, se alude sobre todo a las ventajas ligadas a la localización residencial (en particular, la proximidad al centro), y que algunos añaden a ellas las ventajas de la movilidad (las competencias y otras capacidades de desplazamiento).
Si bien puede parecer bastante interesante movilizar el concepto de capital en los análisis geográficos, e inversamente, integrar la dimensión espacial en esos análisis sociológicos, ello no implica hablar de capital espacial. Frente a las propuestas existentes, que hacen de la expresión una noción polisémica y escurridiza más que un concepto heurístico, cabe plantearse varias preguntas.
– En primer lugar, ¿es pertinente proponer una nueva variante del capital sin vincularla explícitamente a la conceptualización de las variantes existentes?
– Si se admite que esta articulación es la opción más coherente, ¿puede considerarse legítima y útilmente como capital cada uno de los contenidos propuestos para esta nueva expresión? No todo es un recurso (una aspiración no lo es) y no todo recurso, por ventajoso que sea, es capital (como una localización central que no puede ser “acumulada”).
– Si efectivamente se designa una forma de capital, ¿es en realidad una nueva especie, distinta de las especies fundamentales conceptualizadas por Bourdieu, o es más bien un componente o una dimensión (espacial) de esos capitales? Frente a la primera definición propuesta por Lévy en su Diccionario o a la de Centner, se dice que todos los capitales propuestos por Bourdieu le corresponden perfectamente, en la medida en que ellos permiten apropiarse de una porción de espacio terrestre –lo cual convierte a la promoción de una nueva especie y expresión en un factor de confusión innecesario. En cuanto a la definición de Lussault o de todos aquellos que lo ven como competencias (en particular, en la movilidad), olvidan que el concepto de capital cultural ya pretende designar todo tipo de competencias, conocimientos y saber hacer. Un último ejemplo: quienes, como Foggle, lo ven como una forma de materialización, olvidan que este proceso se refiere a un “estado” del capital existente (como el capital cultural) y no a una nueva especie.
– Finalmente, cualquiera que sea el contenido propuesto, la expresión tiene al menos un defecto: sugiere que lo “espacial” se añade a lo “económico”, a lo “cultural”, etc., por lo tanto, que existe un capital “propiamente espacial”, y a la inversa, que lo económico, lo cultural, lo simbólico no tendrían necesariamente una dimensión espacial (Ripoll, 2019).
Fabrice Ripoll