Desarrollo
El término desarrollo, utilizado en las ciencias humanas, designa la mejora de las condiciones y de la calidad de vida de una población, y se refiere a la organización social que sirve de marco a la producción del bienestar. Definir el desarrollo implica distinguirlo del crecimiento. Este último mide la riqueza producida en un «territorio» en un año y su evolución de un año al otro, tal como se tiene en cuenta en el caso del Producto Interno Bruto (PIB). El término no dice nada, en cambio, sobre sus efectos sociales. Por lo tanto, sólo informa poco sobre el nivel de vida e incluso menos sobre la calidad de vida. El crecimiento puede contribuir al desarrollo, pero no siempre se da este caso y se habla de crecimiento sin desarrollo cuando la producción de riqueza no va acompañada de la mejora de las condiciones de vida. Inversamente, incluso en ausencia de crecimiento, la prioridad dada a las producciones más útiles y una mayor equidad en la distribución de los bienes producidos mejora las condiciones de vida de las poblaciones y crea desarrollo. Mejora del bienestar, el desarrollo depende por lo tanto más de lo cualitativo que de lo cuantitativo. No obstante, el economista indio Amartya Sen puso a punto un Indicador de Desarrollo Humano (IDH). (Ver artículo: “evaluación del desarrollo”).
Como la calidad de vida no se reduce al bienestar material y comprende también valores tales como la justicia social, la autoestima y la calidad del vínculo social, el desarrollo tiene que ver con lo que los anglófonos llaman empowerment [empoderamiento], término construido sobre la raíz power [poder], que designa la capacidad de un individuo o de un grupo social para decidir por sí mismo sobre lo que le concierne y para participar en el debate ciudadano. En efecto, el desarrollo no puede realizarse sin la participación de las personas, es decir finalmente sin la democracia. De este modo, Amartya Sen insiste en la posibilidad efectiva de que las personas definan o no su proyecto de vida y de conducir este último en función de las condiciones reales que les son dadas. Estas condiciones dependen, ciertamente, de los «recursos» materiales, pero también de datos propios de cada individuo, por ejemplo la salud, y de datos relativos a la organización social y política, como la posición asignada (por derecho) a cada uno y el reconocimiento de su rol. El desarrollo posee entonces aspectos económicos, sociales y políticos. Al denominar capacidades a las posibilidades que se ofrecen a las personas y la libertad que tienen estas últimas de elegir, Amartya Sen afirma que la libertad aparece como el fin último del desarrollo, pero también como el principal medio para considerar en consecuencia que el desarrollo puede ser aprehendido… como un proceso de expansión de las libertades reales de las cuales gozan los individuos. Las experiencias históricas muestran por otra parte que los sistemas autoritarios, tanto en la economía de mercado como en la economía planificada, han fracasado. Hayan o no producido un crecimiento fuerte, unas y otras debieron, deben o deberán transformarse y abrirse a la democracia para alcanzar el desarrollo.
Si el desarrollo ha transformado el planeta desde la Revolución Industrial del siglo XIX, también ha ampliado la brecha entre los territorios y sus poblaciones. No solamente el desarrollo no suprime las desigualdades entre los lugares y los hombres, sino que también las crea. La oposición entre los países desarrollados y los países subdesarrollados, tema principal de reflexión durante largo tiempo, se apoya no obstante en una base frágil, a falta de un umbral innegable entre las dos categorías, que validaría la distinción. Algunos han creído ver allí un fenómeno histórico lineal susceptible de alcanzar a todos los hombres y a todos los lugares, pero no al mismo tiempo. En efecto, Eugen Rostow, al tratar por otra parte el crecimiento en lugar del desarrollo, interpreta la historia como una sucesión de períodos que van desde la sociedad llamada tradicional a la sociedad de consumo, con una etapa decisiva denominada despegue (take-off), a partir de la cual se desencadena un proceso acumulativo de producción ampliada, que aumenta y diversifica los bienes consumibles por los hombres, asegurando el alza de los niveles de vida. Como algunos países habían iniciado esta marcha antes que otros, era coherente identificar con esta lectura del pasado la situación de los países pobres como un retraso histórico.
Es más convincente ver las desigualdades de desarrollo a escala mundial como el resultado de las relaciones asimétricas establecidas entre los países desarrollados y los denominados subdesarrollados, debido a la dominación que los primeros han ejercido sobre los segundos. La colonización ha sido la forma de dominación más brutal, sin ser la única. El subdesarrollo resulta, según numerosos economistas (André Gunder Frank, Celso Furtado), de la dependencia con respecto al exterior; por eso algunos autores prefieren hablar de países dominados o de países explotados, antes que de países subdesarrollados. Esta interpretación condujo a ver los países desarrollados como un centro que ejerce una dominación sobre una “periferia” constituida por los países subdesarrollados (Samir Amin). Los hechos a escala mundial dan una credibilidad fuerte a esta teoría de la dependencia. Pero la realidad es más compleja: las desigualdades de desarrollo se verifican en todas las escalas geográficas, tanto en los países llamados desarrollados como en los denominados subdesarrollados, entre las regiones, entre la ciudad y el campo, entre los barrios de una misma ciudad. En este sentido, la combinación «centro-periferia» fue sistematizada por el geógrafo Alain Reynaud en un modelo general que ofrece tanto una grilla de lectura de los territorios en un momento dado como la evolución de sus relaciones en el tiempo, en la perspectiva de la geohistoria.
Esta reflexión mostró la insuficiencia de la terminología. En efecto, las desigualdades no resultan ni de un retraso ocurrido en ciertos territorios, ni de disfunciones en el proceso del desarrollo. Ellas son inherentes al desarrollo mismo, que modifica las jerarquías existentes, crea otras, produce dependencias y desigualdades de naturaleza social y espacial. El término desarrollo desigual se impone entonces para significar que la desigualdad es un elemento constitutivo del desarrollo, observable en todas las escalas geográficas, que requiere por lo tanto un análisis geográfico pluriescalar. Se ve el alcance de este razonamiento. Si se retiene la idea, expresada más arriba, de que el desarrollo comporta necesariamente una referencia a la justicia, y si se admite que el desarrollo es necesariamente desigual, forzosamente debemos interrogarnos sobre las condiciones que pueden hacer compatibles estas dos afirmaciones.
Después de los economistas, los geógrafos se han adueñado de la cuestión. El desarrollo desigual se expresa en efecto en la organización de los territorios en lo que respecta a las condiciones de vida de las poblaciones, la urbanización, la densidad y la configuración de las redes de circulación, la distribución de los equipamientos públicos, la intensidad de las actividades económicas, la repartición de los poderes decisorios, las asimetrías de flujos. La aproximación geográfica permite precisar la distinción hecha inicialmente entre el crecimiento y el desarrollo y oponer el crecimiento extravertido al desarrollo autocentrado. El primero designa un crecimiento orientado hacia afuera y con dependencia del exterior. Sus actividades, y por lo tanto sus empleos, derivan de decisiones tomadas en otros lugares y pensadas para servir primero a intereses externos. Por lo tanto, las consecuencias que pueden esperarse en el lugar son limitadas y frecuentemente ambiguas. La economía de plantación y la extracción minera en los países del Sur son formas características cuando son operadas por firmas extranjeras que pagan salarios bajos y controlan bastante los mercados internacionales para mantener el curso de la moneda a un nivel bajo. Por contraste, se hablará de desarrollo autocentrado cuando el crecimiento está pensado al servicio de las poblaciones del lugar. De allí resulta una dinámica social que crea una relación de fuerzas favorable a los intereses exteriores. Un desarrollo autocentrado puede expresarse en una ciudad o ser el resultado de un país que se autonomiza con respecto al extranjero. Puede también tratarse de una región, incluso de una pequeña región, cuyas fuerzas económicas propias se afirman. Se habla entonces de desarrollo local, noción ilustrada por los sistemas productivos locales (SPL), en Francia (Choletais) o en los distritos industriales de la Tercera Italia (Venecia, Emilia Romana).
Otra cuestión reside en las degradaciones que el desarrollo puede hacer sufrir a los equilibrios naturales, en la medida en que no se puede imaginar un desarrollo sin modificación de los ecosistemas. El problema ha sido ignorado durante largo tiempo, porque la naturaleza tenía una capacidad de resistencia y de recuperación suficiente. Pero se produjo una crisis de las relaciones sociedad-naturaleza, a partir de la cual, por reacción, surgió el concepto de desarrollo sostenible. Este término es utilizado ampliamente, tanto por los geógrafos, como por los ecologistas, los economistas, los sociólogos. Se impuso en el lenguaje corriente. Es necesario por lo tanto comprender bien el desarrollo sostenible por lo que es: un desarrollo viable en el plano económico, equitativo en el plano social y sostenible en el plano del medio ambiente. Esos tres pilares del desarrollo sostenible son indisociables, pero sólo pueden articularse unos con otros si la democracia los pone en coherencia y les aporta una eficacia sistémica. La viabilidad económica es necesaria para producir el bienestar material. La equidad social es necesaria para la calidad de vida de todos. La sostenibilidad del «medio ambiente» es necesaria por el interés de las generaciones futuras. Inscrita en el proceso de desarrollo, no puede significar la conservación de las condiciones presentes, sino que implica que el medio ambiente legado a las generaciones futuras da a ellas las condiciones par pensar y lograr su propio desarrollo.
Por lo tanto, los tres pilares del desarrollo sostenible no son las condiciones entre las cuales cada una debería reducir sus ambiciones para no socavar las otras dos. No se trata de frenar el desarrollo para no agredir a la naturaleza, ni de ser tímido en materia de justicia social para no interferir con la economía, sino de inventar un modo de desarrollo donde cada una de las dimensiones constituya una ventaja para el sistema en su conjunto. Pensado de este modo, el desarrollo sostenible es un objetivo difícil, que algunos juzgarán utópico. Esto no se debe a que el desarrollo mismo es una utopía: el desarrollo es un proceso de progreso de la calidad de vida para el cual sería arbitrario fijar un término, pero al cual es necesario fijarle un rumbo.
Bernard Bret