Imaginario espacial
La noción de imaginario alude explícitamente a la de imagen, es decir, a cualquier cosa que se refiera de modo analógico a lo real, sin ser por eso nunca un duplicado perfectamente fiel de ella. La naturaleza del vínculo que se concibe entre lo real y la imagen condiciona el contenido de la noción de imaginario.
Si se cree que la imagen es o puede ser un reflejo de lo real, se discute, incluso se niega, la singularidad y la pertinencia de la noción de imaginario. Una concepción hiperpositivista (positivismo) de la ciencia, como la que prevaleció en geografía hasta mediados del siglo XX, por ejemplo, postula que las imágenes producidas (mapas y fotografías, entre otras) muestran lo real tal como es. El conjunto de las imágenes producidas y su propia coherencia no constituyen un campo dotado de tal autonomía que merezca ser individualizado en la noción de imaginario, ausente por ello del discurso geográfico clásico.
Si se cree que toda imagen producida es un artefacto o un modelo que resulta de la intención de quien la produce y no de una fuerza de la realidad misma, es posible entonces individualizar el imaginario como un conjunto de imágenes dotado de una dinámica intrínseca, motivada por juegos de correspondencias y analogías, de contrastes y oposiciones. Desde esta perspectiva es posible hablar de un imaginario espacial científico: esto sería el corpus de las imágenes y el conjunto de las tensiones existentes entre dichas imágenes, lo que significa que, en su ajuste a la realidad objeto de conocimiento, es posible construir interpretaciones, a veces revolucionarias, a menudo innovadoras, de lo real. Es necesario reconocer, por ejemplo, en la coremática, tanto en la investigación como en la transmisión de estos resultados, una poderosa capacidad para movilizar el imaginario de los autores y de los estudiantes. En esta perspectiva es igualmente posible hablar de imaginario espacial para todo sujeto del cual se intentan comprender su geograficidad y sus prácticas espaciales: cada individuo maneja constantemente un stock de imágenes heredadas de su propia historia (y trabajadas por la memoria o su inconsciente) o incluso de su condición humana (si se da crédito a la hipótesis de los arquetipos de G. Jung), que se encuentran permanentemente confrontadas con las imágenes experimentadas en su vida cotidiana. El juego libre (en el sueño o el ensueño poético del cual habla tan bien G. Bachelard) o la tensión (en la práctica cotidiana de los lugares y de las imágenes intercambiadas de estos lugares) de estas imágenes instaura una dinámica del imaginario que tiene un valor explicativo para una serie de prácticas espaciales, principalmente en materia de movilidad turística y ordenamiento
Ver también: representación
Bernard Debarbieux