Migracion
Migración
La migración es una de las dimensiones de la “movilidad” de la población. Se define como un cambio del lugar de residencia acompañado de un desplazamiento de alcance variable en el espacio. La migración se caracteriza comúnmente como temporaria o permanente; puede ser forzada, cuando el migrante no tiene ninguna libertad en el acto de migrar, o por el contrario sin restricciones. Esta última parece entonces basarse en una diferencia entre un territorio de salida percibido en un momento dado como más o menos repulsivo, y un territorio de destino que se representa por lo tanto como más atractivo. Estas “representaciones” se basan en evaluaciones relativas que dependen en parte de la información que se posee y del potencial de movilidad del que dispone cada candidato a la migración en un momento dado y en un lugar determinado. Los recuentos de migrantes dependen de las cuadrículas espaciales (forma y tamaño de las mallas territoriales) en las que se llevan a cabo. [1]. Estos recuentos también son sensibles a la cuadrícula temporal elegida (sin tiempo), en muchos casos de países donde no existe un registro nacional de población. Comúnmente diferenciamos las migraciones internas, que tienen lugar en el mismo territorio nacional, de las “migraciones internacionales”.
-Migraciones internas
Las migraciones internas comprenden, en su mayor parte, desplazamientos de población que, de un extremo a otro de un territorio nacional, obedecen en gran medida a normas comunes de redistribución geográfica del “poblamiento”. También pueden implicar, pero más excepcionalmente, desplazamientos forzados.
Estas migraciones internas se articulan generalmente en torno a las principales etapas del ciclo de la vida: estudios, búsqueda del primer empleo, nuevo empleo, migración profesional, formación y ruptura de la pareja, adaptación de la vivienda a la evolución de los ingresos y al tamaño de las familias, jubilación, etc. El pico de la migración residencial involucra en general al grupo etario de los adultos jóvenes, y la tasa de migración disminuye después regularmente a medida que aumenta la edad de la población. Estos movimientos se producen en niveles muy variados en función de las diferencias geográficas que se valoren: desde los desplazamientos de corta distancia vinculados, por ejemplo, al aprovechamiento de una oportunidad en el mercado local de la vivienda, hasta los desplazamientos más largos, muy a menudo en relación con oposiciones inter o intrarregionales. Estos últimos son, por ejemplo, salidas de zonas rurales más o menos superpobladas hacia regiones industriales y/o urbanas atractivas (los llamados movimientos de éxodo rural) o a la inversa, el abandono de zonas densamente pobladas en busca de entornos de vida más cercanos a la naturaleza (los denominados movimientos periurbanos) o incluso movimientos de generaciones jóvenes que, aprovechando el potencial cultural y económico de las metrópolis, se inclinan por elegir un estilo de vida metropolitano. Las redes de conocimiento e información promueven a menudo la explotación que hacen los migrantes de estos diferenciales. Cuanto más cortas sean las “distancias”, es más probable que estos cambios residenciales provoquen desplazamientos. Por último, cabe señalar que, para un territorio determinado, la movilidad migratoria global fluctúa en el tiempo y que, en un momento dado, esta movilidad varía de un territorio a otro. [2]
En las migraciones internas, las migraciones forzadas son de amplitudes muy desiguales. Las expropiaciones de todo tipo son tanto más brutales cuanto más pobres y legalmente desposeídos son los habitantes (operaciones de urbanización, cambios bruscos en el uso del suelo). A veces, las guerras y las catástrofes naturales intervienen a su vez para empujar a las poblaciones a abandonar sus vínculos.
Muchas aproximaciones se centran en la investigación de los determinantes individuales que puedan explicar las elecciones migratorias (Portes, 2013). Algunas de ellas han podido introducir, entre esos determinantes, características espaciales del contexto, susceptibles de desempeñar un papel en la determinación de un migrante. Sin embargo, desde muy temprano la atención de los geógrafos se centró en la estructuración espacial de los movimientos migratorios. Ya en el siglo XIX, Ravenstein (1885) destacaba una geometría particular de los flujos migratorios entre condados en Gran Bretaña, con una relativa simetría de los flujos de intercambio entre dos lugares, y una intensidad creciente del número de desplazamientos de acuerdo con la proximidad de las zonas más pobladas. De allí la sugerencia hecha por algunos autores de mediados del siglo XX, de trasponer por analogía la noción de fuerza de atracción a la de intensidad de “interacción”, suscitando un flujo de intercambio entre zonas geográficas. Esta trasposición ha dado lugar al desarrollo de modelos gravitacionales, cuyo objeto es dar cuenta de la repartición de flujos migratorios en un territorio dado. Dichas modelizaciones son un buen instrumento para retomar las regularidades de la geografía de los flujos más banales que estructuran las interdependencias sobre un territorio relativamente isótropo (Courgeau D., 1988, Pumain D. Saint-Julien Th., 2010). Permiten también separar los flujos más simples de los flujos específicos que escapan a las reglas generales introducidas en estos modelos. Estos últimos flujos se manifiestan por submigraciones o por sobremigraciones, siempre indicativas de barreras o a la inversa, preferencias que, en un momento y en una dirección dados, frenaron o a la inversa, intensificaron la migración.
-Migraciones internacionales
Las migraciones internacionales corresponden, en general, a los movimientos migratorios más largos e incluyen además un contingente de desplazamientos forzados. Estas migraciones son muy poco conocidas, porque, en general, los Estados censan sistemáticamente sólo las entradas legales de extranjeros en su territorio. En 2005, la Organización de las Naciones Unidas estimó en 191 millones los migrantes y personas desplazadas, es decir, finalmente sólo 3 % de la población mundial (un tercio de los cuales eran migrantes familiares y un tercio refugiados). La inmigración ilegal que escapa a todo inventario directo, pudo ser evaluada en 2005 en aproximadamente 25 millones de personas. Las grandes corrientes de migraciones transcontinentales son muy antiguas. La globalización de los flujos migratorios, que se afirmó desde la década del 80, ha ido acompañada de una diversificación, una intensificación y una ampliación de estos flujos en el planeta entero, desdibujando en parte los esquemas tradicionales de verdaderos canales migratorios heredados de la historia colonial. En 2005, los migrantes desde países en desarrollo hacia otros países de la misma categoría eran casi tan numerosos como los que se desplazaban desde países en desarrollo hacia países desarrollados. Notemos también que tres cuartas partes de los refugiados se instalan en un país en desarrollo vecino del suyo.
Más allá de las migraciones forzadas ligadas a las guerras, a la inseguridad, a los desastres climáticos y a las persecuciones, esta intensificación corresponde a una búsqueda multifacética de condiciones de vida supuestamente mejores y, en segundo lugar, a una aceleración de las migraciones profesionales que acompañan a la mundialización de la economía y el conocimiento. En las últimas décadas, los factores de atracción habrían ganado en poder a los factores de emisión (Wihtol de Wenden C. 2013). Las metrópolis más grandes son los puntos principales de atracción de estas corrientes más o menos globalizadas.
A pesar de la tendencia a la “mundialización” de los intercambios, las rutas migratorias siguen siendo relativamente específicas. Si bien entre las investigaciones sobre los factores determinantes de la migración también se ha explorado el campo de la migración internacional (Gates 2013), es difícil limitarlas a la modelización espacial. Las diversas barreras y fronteras que entran en juego en el despliegue de esos distintos intercambios y las nuevas fronteras que generan esos flujos son incompatibles con cualquier hipótesis de «isotropía» del espacio.
La migración, una noción de contornos cada vez más difusos
En la actualidad, los contornos de la noción de migración, ya sea ésta interna o internacional, tienden a volverse más difusos. Ciertamente, los trabajos sobre las “diásporas” elaborados a partir de migraciones internacionales ya pusieron de relieve la importancia del surgimiento de redes generadas por los intercambios migratorios (Bruneau, 2004). De ahora en adelante el desarrollo de la práctica de residencia doble o múltiple afecta a todas las categorías de migrantes y, en particular, a la de los migrantes internacionales. Multidireccional, el movimiento migratoria vincula diferentes espacios a través de flujos de personas y también de transporte de bienes, capitales o información (Weber 2007, Cortes et Faret 2009), cuestionando parcialmente los binomios exclusión/inclusión o incluso espacio de origen/espacio de instalación. Las nociones de “circulación migratoria” o de “migrante circulante” se refieren a la migración percibida como un movimiento entre al menos dos estados sedentarios. Estos movimientos migratorios anulan fronteras, rediseñan otras, en una dinámica transnacional que plantea nuevos interrogantes a las sociedades. Agreguemos que, en la migración internacional de los más pobres, el binomio origen/destino puede también perder legibilidad cuando existe incertidumbre sobre el destino del desplazamiento y su duración. El migrante se ve entonces como una persona en tránsito, pero un tránsito que puede durar. Por todas estas razones numerosos autores desean distanciarse del enfoque de la migración por determinantes estructurales. Incluso sugieren dejar de definir estrictamente la pertenencia en términos de identidades nacionales cuando los colectivos de migrantes aspiran ciertamente a una integración social y económica sin definirse en referencia a la sociedad en la que residen y trabajan. Algunos autores como A. Portes (1999) o W. Berthomiere y M.A. Hily (2006) creen reconocer la formación de verdaderas “comunidades transnacionales”. Las políticas de gestión, de apoyo, o más a menudo hoy en día, de control de las migraciones internacionales, que permanecieron en gran medida constreñidas a los marcos nacionales, parecen frecuentemente inadecuadas para la evolución de un fenómeno migratorio directamente inscrito en las dinámicas de la mundialización y que escapa a los estrictos marcos nacionales. La construcción de muros, uno de los últimos avatares de estos intentos nacionales de controlar los movimientos migratorios internacionales, se ha vuelto a poner “de moda”, dando testimonio de esta tensión originada por el cierre nacional.
Thérèse Saint-Julien